sábado, 22 de octubre de 2011

Es el frío, el viento y tu voz, Malena.




Tus brazos, balanzas de guerra y ternura; más duraderos que la muerte.
Hija del  vapor y el hierro; del viento y la pureza

Tu vientre es  luna de otoño.
Eres mi Deméter, mi retorno; eres las más hermosa tragedia

Mujer, eres el fénix que duplica su llanto y lo vuelve armonía.
Sabia hasta el último hueso roto; hasta la última rosa naciente.

Sigo siendo la muñequita linda que vino  con la brisa fría en primavera
ardiendo con el fuego de tu canción.





Y lo que yo sea, ambas sabemos,
ya no importa.
Siempre serás más buena que yo.

martes, 18 de octubre de 2011

When I was a child I rend my tongue distraught...


Ya ves, Nina de mi ausencia, con tu boca antorcha seca y tu piel de aire. Si no hay espejos es porque eres mi infantil contrapartida.
También la soledad es un calor que sonríe.

jueves, 6 de octubre de 2011

Once mordiscos al espejo


I. Yo nací un día en que el viento tiró la luna y de los pedazos brotó el perfume de una noche rota. Resaca y fiebre del desprendimiento.
II. Me miro al espejo y recuerdo que soy hija de Octubre y mi cuna fue el viento. Me acerco al espejo nebulante de ausencias y miedos. Esto es dar un salto al abismo, perder el pudor de arrancarle los ojos al reflejo; de dejar atrapar un recuerdo entre las uñas.
III. En el umbral hay un camino muy largo lleno de huellas diáfanas como anémonas en el agua, como cristal de auroras. Hay un camino que crece como selva bajo una lluvia de clavel.
IV. Detrás de la cortina de naranjos y buganvilias, la memoria en su disoluta intransigencia cose las bocas de mis pasados. Visión de que lo cruel no es el olvido. Hoy me siento valiente.
V. Me acuerdo que cuando era niña, en el jardín crecían mariposas. Blancas, amarillas; en su impasible elevación. Me decían que las sembraban los muertos para que los vivos no se olvidaran de mirar al cielo. Y me acuerdo tanto porque yo a las mariposas les tengo miedo. Han de oler a piedritas y a tubérculo; a sal de hueso.
VI. También me acuerdo de caracoles enterrados. A veces pensaba que eran las semillas de los muertos y que de ellas brotaría música de oboes; música líquida y mínima. 
VII. Miraba mis manos en el lodo. Parecían pájaros aleteando en el cielo espeso de nubes y los pobrecitos no hacían más que ahogarse con tanto aire.
VIII. Decían, me acuerdo, que en el terreno de atrás espantaban unos fantasmas que balaban como cabras en matadero. A mí me daba más miedo el profundo aroma a nostalgia impregnándose en los recovecos de nuestras historias.
IX. Yo no sabía dónde esconderme del miedo. Lo creía nigromante.
X. También recuerdo mis ojos estrellándose contra los vidrios de una ventana grande donde me sentaba con Nina a platicar en silencio. Nina sólo hablaba en silencio, como hablan las cosas de este mundo y los muertos del otro. Nina era un niño y tuvo miedo de decirme que me tenía que dejar.
XI. Pero sobre todo recuerdo presentir soledades e intuir la entelequia del silencio.