martes, 22 de octubre de 2013

El poema

Mohsen Emadi
para Reza A’lameh-zadeh

I
Las palabras son el cementerio de las cosas.
El trote de un caballo en estas líneas
es un sonido que desde mi infancia no oía.
Tu risa se marchitó durante mi adolescencia.
Escribo
como si peregrinara a la ciudad de los muertos.
Si el tiempo acaso pudiera dar marcha atrás,
los murmullos de mi padre resonarían
en los oídos de este texto, el sonido de una bala
molestaría el sueño de estas líneas
y un poema de crin salvaje marcaría el paso
en una habitación cerrada por años.
Las palabras se han colocado a lo largo de las descoloridas líneas de una casa:
aquí está la ventana,
más allá de la ventana, un patio. Nadie sabe
qué pesadilla despierta el poema. Ve
a veces, en la ventana, la mirada de la novia del vecino,
a veces el columpio y la bicicleta,
o el muro con sus dibujos sin valor.
Los contempla
hasta que cobran vida.
Sólo entonces, inhalando y exhalando cosas vivas
vuelve a dormirse.

II
Hace años que los murmullos de mi padre
se perdieron en el texto del sueño
y el poema encendió tres mil velas,
modeló tres mil barcos de papel
y los ofreció todos al mar.
Ahora que ya he hecho mis maletas
y espero el primer tren
que no tendría que devolverme aquí,
el poema monta en bicicleta;
temblando y con precipitación
pedalea sobre baches y charcos,
toca el timbre de una puerta, contempla los susurros y los sollozos
con miedo a que le oigan.
Pero los susurros suenan a tan alto volumen
que es imposible oír el pitido de un tren.
Estoy todavía en la estación
y el poema en Khavaran*
protege a los muertos de estos años pasados
de la mirada de los guardias.

III
Hace un año
el poema se coló por entre una alambrada
donde los soldados patrullaban por las colinas de tu pecho,
robó tus labios,
tus manos;
y te recreó pieza a pieza.
Este año, los soldados vigilaban casi nada:
tu cuerpo ya robado hace tiempo.
En la estación
mi banco lo ocupa un muerto
cuyo nombre el poema desconoce.
(tampoco aprendería el tuyo.)
Balas y sangre caliente
encuentran su camino en estas líneas—
no hay papel que pueda detener esta hemorragia.
La estación está a rebosar de pasajeros que están muertos.
Los pelotones de ejecución
y las sogas
no esperan ningún tren.
A regañadientes, los enterradores
tocan los timbres de tres mil casas.
Tres mil bicicletas abandonadas
ensucian los callejones.

IV
El poema no está parado ante un pelotón de ejecución.
Tampoco el pelotón de ejecución
sabe hacia dónde, en el poema, tiene que apuntar.
Ellos sólo han subido el precio de los servicios básicos,
el alquiler, y los gastos del entierro.
No puedo comprar cigarrillos para tres mil muertos
pero puedo devolverles la vida.
No quiero que el poema
los devuelva a un cementerio
que ha dejado de existir,
sólo quiero recordar
que todas las bicicletas abandonadas ya se habrán estropeado,
que nadie volverá nunca a escuchar el repique de sus timbres.
Los muertos se quedarán en la estación
y si el poema puede asegurar un billete para cada lector
se lo enviará en el primer tren de ida.
En mi país
tres mil muertos en una estación es normal.
Tres mil muertos en un tren es normal.

V
En las estaciones de frontera
ellos arrestan nuestras lenguas.
Nuestras palabras se estropean cuando cruzan esa línea.
Yo me suelto de tus manos fuera de la estación,
el pitido del tren apresura mis palabras.
Las palabras han ocupado todas las cabinas,
tienen tres mil pesadillas.
Mis palabras son jóvenes,
apenas tienen treinta años,
pero se han ido acumulando
capa a capa
bajo este uniforme de preso.
El amarillo no fue el color de mis zapatos de la escuela,
tampoco era rojo el color de mi hucha-tocino
ni azul el color de mi primera bicicleta.
Las palabras han crecido con los colores de tu uniforme;
eran una manada de caballos huyendo
un arco iris que tú arrancarías
y enviarías con una larga curva por los aires
haciéndolo caer en el barro y la basura
en las esposas, en la oscuridad y en la orden de disparo.

VI
No estoy en esta larga línea esperando pan y leche.
Estoy aquí para rendir a mi lengua
Todo lo que atraviesa la frontera llega a ser más ligero.
Espero aquí a ser traducido.
Una bicicleta va por mis fronteras
sobre baches y charcos.
El poema tiene en cuenta conjunciones y preposiciones,
la distancia entre yo y yo,
mi a-ante-cabe-con-contra mi.
Llueve
sobre conjunciones y preposiciones,
sobre relaciones.
En la lluvia
la distancia entre nosotros se ensancha,
y a esta distancia, Khavaran se va alargando.

VII
En mi lengua
cada vez que de pronto nos callamos,
nace un policía.
En mi lengua,
detrás de cada bicicleta asustada
se sientan tres mil palabras muertas.
En mi lengua
la gente murmura confesiones,
va vestida de susurros negros,
se la entierra
en silencio.
Mi lengua es silencio.
¿Quién traducirá mi silencio?
¿Cómo voy a cruzar esta frontera?



*Localidad al sudeste de Teheran, Khavaran fue un cementerio Bahai usado para enterrar a los prisioneros de conciencia asesinados en la ejecución en masa de 1988. Fue demolido por el gobierno en enero de 2009.

Traducción de la versión inglesa de Manuel Forcano

jueves, 26 de septiembre de 2013

Nos quedaremos en el universo 
cual dos moscas muertas
 
dos perros tirados
 
cual dos puras nadas
 
Ellos también amaban
 
y querían entender
 
Jaroslaw Iwaszkiewicz

escribí   tu nombre me da risa   me dan risa tu voz    de animalito de pan
y los diez síntomas   que legitiman tu karma   tu cara de muro de lamento   tus facciones de cajita triste que se iluminan    con la luz infame de las lámparas de los hoteles   el calor que te crece en los ojos          que te derrite los ojos  
          que pone tus ojos en esta lata que me dice   cállate y ponte a pistear  

estamos tristes   nos da risa estar tristes    asumir cualquier derrota    es no perder nunca
   nada   y es muy tonto que ahora prendamos las manos   que sudemos en una noche de agua   que tendamos cigarros como puentes   que me enseñes los huesos manchados de tedio   y yo quiera ensuciarme los labios

(ayer    tenía una hermosa nada   para arrojarme a mí   y a mi cadáver  
una nada    para sembrar las semillas de todo lo que no hice   para que las moscas brillen   para que los miedos no me laman las rodillas   para que no haya nada
         con que tropezarme)

quédate   porque la lluvia está molestando a los muertos   porque  a la madrugada le dio taquicardia    porque el lodo y la nada me van a matar
    a mí no me gusta pensar   
pero ahora tengo los pies mojados y un chingo de ganas de besarte


   escribí   en alguna orilla de esa noche   donde pudiera refugiarme
de lo inevitable   extrañar   
ola partida  
huelo el ladrido evaporado    de estos perros hambrientos  
que a ti te comparten hasta un mendrugo   qué bonito   pienso  
los perros sí saben del amor

lunes, 23 de septiembre de 2013

Estaba con acento

las noticias reportan que
un poeta ha muerto pero no se sabe
si de viejo, tiranía,
ingenuidad o traición


cuando un escritor muere
se vuelve famoso, dicen
le crece laurel en la boca
y los gusanos que llenan su cuerpo
se convierten en heraldos del amor


pero tú sabes que cuando mueras
nadie se va a enterar


mira, un poeta se suicidó
pero no le importó a nadie
un poeta de mi edad
él era muy bueno, estába chavo


mira, ser bueno no sirve de nada
por eso aunque tenga cosas que hacer
mejor no hago nada
mira, escribiste estaba con acento
podríamos inventar un trabalenguas


yo estaba con acento pero estaba en un error
ahora ya no acentúo estaba
y ya no me gusta tanto acentúar
el estába estaba chido


a mí tampoco me gusta hacer nada
mejor inventamos un trabalenguas
para no hacer lo que tenemos que hacer
para quitarle satisfacciones a la muerte
para disimular que gerardo se suicidó 
y que tú ya no estás tan chavo

martes, 21 de mayo de 2013

De cómo Ayante Telamonio me hizo pensar en las flores


Busco en la mitología de las flores
algo que me haga entender a la muerte,
Veo en cada pétalo extendido las lágrimas
de un coloso derribado,
una hazaña inconclusa,
la carcajada de dios.

Busco en las flores, donde Ayante me dijo
que el hombre tiene la propiedad vegetal
de ser semilla y germinar en un botón
de perfume la última escena
   de su tragedia.

miércoles, 15 de mayo de 2013

El circo

                                                                         

Leopoldo María Panero

Dos atletas saltan de un lado a otro de mi alma
lanzando gritos y bromeando acerca de la vida:
y no sé sus nombres. Y en mi alma vacía escucho siempre
cómo se balancean los trapecios. Dos
atletas saltan de un lado a otro de mi alma
contentos de que esté tan vacía.
Y oigo
oigo en el espacio sonidos
una y otra vez el chirriar de los trapecios
una y otra vez.
Una mujer sin rostro canta de pie sobre mi alma,
una mujer sin rostro sobre mi alma en el suelo,
mi alma, mi alma: y repito esa palabra
no sé si como un niño llamando a su madre a la luz,
en confusos sonidos y con llantos, o bien simplemente
para hacer ver que no tiene sentido.
Mi alma. Mi alma
es como tierra dura que pisotean sin verla
caballos y carrozas y pies, y seres
que no existen y de cuyos ojos
mana mi sangre hoy, ayer, mañana. Seres
sin cabeza cantarán sobre mi tumba
una canción incomprensible.
Y se repartirán los huesos de mi alma.
Mi alma.
               Mi hermano muerto fuma un cigarrillo junto a mí.



"Poesía" 1970 - 1985

domingo, 12 de mayo de 2013

Domingo

El calendario ha puesto barrotes
y me convirtió en pantera.
Juego a desconocer mi jaula
con terror claustrofóbico,
pero el tiempo sabe que soy
un gato domesticable.

Abro gavetas,
todas las criptas personales;
miro en el fondo el cadáver impune
de unos veinticuatro años
y al gusano ciego que se alimenta del crimen.

La voz presa detrás del muro es un lápiz
sin punta con el que escribo un cascajo
tristísimo, un intento de acción,
un conato de fuga.

Mis cortinas alardean de haberle impuesto
su tiranía de suciedad y pliegues
a la ventana y la poca luz que se filtra
deja todo con cara de bodegón.

Es cierto, la tragedia íntima no araña
la conjugación de las eras,
pero en el encierro, la mugre del zapato
y la uña magullada
son la épica que me clava
al techo en un gesto de santidad.

Nada. Las horas rompen en efervescencia
de sombras contra la cama.
Los ácaros del colchón tienen más hambre
que mis ansias de libertad.

Estas ganas de no morirse
prohíben vivir a diario.
Y por ello, "la pendejada de que todo sea igual".

martes, 23 de abril de 2013

Sobre el futuro de la lectura en la era electrónica



Hace un tiempo leí un breve texto que me informaba de cosas terribles, cosas que me pueden hacer llorar. Todo comenzó cuando leí: “…titulares sobre la desaparición del libro físico…” y entonces me dieron ganas de no leer más.
Es cierto, en la actualidad el acto de leer se hace de maneras diversas y el libro u otras publicaciones impresas han dejado de ser los únicos medios a través de los cuales las personas llevan a cabo el enriquecedor acto de la lectura. Pero también es cierto, como menciona el texto, que si el libro se trata de una tecnología, representa una tan firmemente arraigada que ha sobrevivido nueve siglos sin reales modificaciones. ¿Entonces por qué? ¿Por qué nos lo quieren matar?
Las posibilidades que brindan los libros electrónicos transformarían la rigidez del libro tradicional, brindándole un carácter dinámico, interactivo y de contenidos mutables. El mismo concepto de "libro" tendría que ser analizado y redefinido. Sin embargo, a mi ver, el valor perenne –por así llamarlo- del libro IMPRESO agrega una nota de sentimentalismo que es en verdad importante para los lectores más tradicionales o, por lo menos, para los que, asiduamente y desde hace tiempo, recurrimos a las páginas de los libros. Y esta es sólo la punta del iceberg de motivos por los cuales el libro impreso tiene arraigo en nuestra vida; podemos mencionar también el placer de observar un librero repleto de ejemplares literarios de todo el mundo; seguir con el trabajo artístico que nos ofrecen sus ediciones artesanales o bellamente cuidadas; terminar con la facilidad y comodidad de leer sobre papel.
No me malinterpreten, nada tengo en contra de la tecnología y las ventajas que ésta ofrece en el ámbito de la lectura, la distribución y fomento de la misma porque, bien es cierto, la lectura evoluciona junto con todas las manifestaciones culturales. Yo misma pertenezco a la generación de jóvenes adultos que prácticamente vivimos pegados a  un “ordenador”. La existencia de este espacio es el mejor ejemplo. Comprendo las implicaciones de “leer” en el nuevo siglo. Es cierto que la información de la red es mucho más compleja y se encuentra saturada, no ya de palabras, sino de elementos que enriquecen el proceso de lectura, dejando al texto en un sitio de complemento al sin fin de imágenes, vídeos, audios y demás brujerías fantásticas que se despliegan en la World Wide Web.
Pero de eso a decirme que el libro-objeto es algo muerto, aburrido, sin futuro y que tendrá que desaparecer, eso sí no me gusta para nada. Por lo menos, en mi caso, y en el de muchos lectores que conozco, este asunto de leer en un pantallita es incómodo, cansado, frío y poco disfrutable. Además de que, por el momento, no todos contamos con la tecnología adecuada para realizar estas lecturas tan siglo XXI porque no nos interesa o porque, de plano, todavía no se abaratan tanto los precios como para adquirir alguna tablet o eBook o esas cosas que  no son de dios. La verdad, yo sigo prefiriendo gastar mis dineros en la adquisición de libros ya que éstos son más amigables conmigo, cálidos, aromáticos, duraderos, no se tienen que desechar porque ya salió el libro versión 2.0 plus y, sobre todo, están libres de mi descuidada forma de ser que atenta contra la vida de cualquier aparato tecnológico. Quizá algún día me dé por comprar alguno de estos engendros de la tecnología actual porque, sin duda, resultan prácticos para muchas actividades; pero mis lecturas en papiro, no señor, ésas no las cambio por nada.
Por otra parte,  me alarman las declaraciones que se hacen en el texto que he leído y que he escuchado en varias ocasiones; que “hemos perdido la paciencia para esa lectura que favorece pensamientos pausados”. Claro, vivimos en una era de velocistas: la vida es Usain Bolt, un monoplaza Formula 1, un montón de megas por minuto. Sin embargo, pensar rápido, para mí, no es pensar ni más ni mejor, es simplemente tener la capacidad de generar un montón de imágenes mentales a un ritmo –excusando la expresión- diarreico. Y es que es verdad, ese pensamiento profundo y concienzudo es tan decimonónico, qué sé yo. Somos rápidos y furiosos y, particularmente, susceptibles a la dispersión mental, cosa que sólo se maximiza con el internet. Adiós a las lectoras kilométricas. Adiós Cervantes, adiós Dostoievski. Adiós para siempre Proust, nunca te acabaremos de leer.
En cambio, el mercado de la lectura está saturado por textos de superación personal y dirigidos a jóvenes adultos. Textos rumiantes que mastican las mismas ideas vacías una y otra vez pero que se acomodan al estilo de vida y al pensamiento contemporáneo y cuya importancia está dada más por el mercado que por su contenido o su técnica y, vale, que hablar del contenido de los libros y la calidad literaria de los mismos merecería todo un texto, así que, por el momento, aquí le cortamos.
No sé, quizá dramatizo. Se me da. El libro -impreso- todavía tienen un buen rato de vida y aún cuando la dominación electrónica se apodere de todos los espacios, habrá libros para aquellos seres que creen en el valor del libro tradicional, sin dejar de disfrutar de las francas ventajas que ofrecen los medios digitales para la lectura, no sólo personal, sino la interacción y el debate de ideas. Si algo se debe celebrar de todo esto son las comunidades de lectores que se han formado en la red para fomentar el intercambio y el enriquecimiento de textos, poniendo al alcance de todos libros y publicaciones que no son fácilmente asequibles de otras maneras. Ojalá se exploten los aspectos más positivos de la tecnología y no nos quedemos sólo en esa carrera frenética en la que se lee sólo lo que está de moda porque es breve, fácil y desechable.


Referencia: "El futuro de la lectura". Virginia Collera, para el El País.

miércoles, 17 de abril de 2013

Desprendimiento



Perdóname, mamá.
A veces tengo la cabeza enana,
un capullo sobre los hombros.
No respiro profundo.
No me hago mujercita.

Me erosiono sin haber florecido.
Me confunden las edades de mi nombre.
Echo culpas a la crueldad 
del cuarto mes del calendario 
y a la hostilidad de mis latitudes.

Sigo empecinada en ir hacia el espejo aunque tenga púas.
Aunque tenga dientes.
Vengo aquí y veo mi cara adentro
de esta niña desplumada que también me mira.
Vengo aquí y berreo entre líneas; 
sulfuro madrugadas pensando que
la vida es el desorden que dejan los muertos.
La locura no te enseña otra cosa
que tu calavera y por eso es buena.

Soy un barquito embotellado.
Me ahogo en la paradoja de querer zarpar
en el agua podrida que me bebe.
Porque no soy fuerte.
Porque soy una farsa.

Me solidarizo con el abandono; 
soy como el niño pendejo al que dejan solo
cuando juega a las escondidas
pero entiende que el juego es así
no por madurez
sino por cobardía. 

Guardo silencio.
Siento el eco de unos dedos picoteándome la espalda; 
a mi corazón cronometrando el regreso anhelado.

Me desespero.
Me encabrono.

Quiero correr por la lengua
de la noche.
Que me lama como lame a las estrellas.
Que oculte la evidente flaqueza de mi piel
y mis venas erizadas.

Me araño los ojos,
apuro las patologías de mis córneas.
No quiero ver.
Busco una tregua en las esquinas,
bajo las sábanas, detrás de los párpados
con una manía infantil
porque el mundo no guarece y las palabras me acosan.

Perdóname, mamá.
Ya he caminado muy lejos de mí.

viernes, 5 de abril de 2013

vigilantes


"Las calles son arroyos, y los arroyos están llenos de sangre... y cuando los desagües se atasquen, todos los gusanos se ahogarán".
-The Watchmen




esta ciudad tiene rabia y sus calles muerden/ el pavimento es un solo arroyo de baba espumosa y sangre remojándonos los pies/ pensé en hacerme una balsa de algo muy pendejo como huesos y poesía pero no pudo flotar/ yo sabía que no iba a flotar/ a lo mejor si hubiera tenido otra cosa/ y ahora tengo que caminar descalza entre las fiebres/ por calles con nombres de árboles que ya se murieron de frío/ sometida al capricho del viento/ con las cuencas llenas de arena/ y los labios turgentes de veneno/ con los dedos articulados por los jamases y los nuncas que exhalan los cadáveres/ mientras siento el llanto de niños prostitutas locos/ todos santos por igual/ dándome pellizcos en el tórax/ mientras escucho balazos que ya no pasan/ rompiendo cristales y cuerpos/ y huelo el gas que emana de la barriga hinchada de mi pueblo/ cuando se sienta a pistear y a cantar canciones tristes por las noches/ esperando a que a la luna le den ganas de ser héroe/ la ciudad tiene rabia y limpiarle la boca no es la cura/ la ciudad tiene un cáncer lagartija/ se tiene miedo/ yo la veo temblar poquito cuando las luces mercuriales apenas empiezan a brillar/ y en ese momento la gente quisiera volver a casa/ pero aquí rara vez morimos en nuestra cama

jueves, 28 de marzo de 2013

Irredentos I




[Aquí no hay mesianismo,
ni tampoco redentores.


La noche es un hueso enorme
y nosotros los perros rabiosos que lo muerden.]

jueves, 14 de marzo de 2013


Algo camina por aquí todas las noches.
Lo siento y tengo miedo.
Camina desde mi costilla hasta la tráquea.
Me rechina los dientes y me estruja la lengua.
Me destroza el nombre y todos sus reflejos.
Soy el lugar del desamparo,
una minuta incomprensible.
No sé qué suena dentro de mí.
Dan ganas de arrancarme la cara,
de cortarme las piernas,
de saberme a arañazos y pellizcos,
de palpar todo lo blasfemo de mi vientre.
Mis ojos no descansan;  bailan enredándose
en el humo,
en las lágrimas,
en las lucesitas que cuelgan de la pared.
Tener ojos también es una tragedia.
Escucho a los perros de la noche.
Quisiera ser como ellos, abrazar
la certeza de la muerte y ladrar sin vergüenza
mis exequias por las calles de esta ciudad
que no sabe ser amiga.
Ya no duermo.
Las sombras quieren decirme algo con su lenguaje
de intermitencias.
No lo entiendo.
Pienso en cosas tristes;
cada vez hay menos pájaros sobre el cableado de la luz.
El calendario se ha ensañado con mi pulmón.
El cielo tiene todas las formas.
Me duele el tiempo
Me da miedo.

jueves, 28 de febrero de 2013


La cosa es así; me acostumbré a estar al margen, mordiendo la orilla, siempre lejos de todo, mirando el centro pero, en especial, los espacios despoblados donde todavía se puede creer en algo y no me quejo; a mí me gusta creer, aunque me muera. 

Por eso creo que la arena nos trabaja; creo que la gente le tiene miedo al desierto porque ahí se aparece el diablo y el cielo abierto no sirve de bastón para la multitud coja. 

Creo que el tiempo de los ascetas se terminó hace mucho y ahora sólo quedan los locos que huyen; que siempre buscan incendios con una furia bellísima, 
que corren desnudos por los pantanos de la memoria 
que se pierden en el sur profundo con la muerte tomada de la mano
que le preguntan cosas al mar, los insensatos 
que se llenan la piel de estrellas hasta hacerse costras 
y jamás tienen miedo de ver al sol de frente. 
Creo que su labor es penosa y raspa todos los huesos pero creo que ahí está el amor. 

Creo que me gustan esos locos porque tienen algo de perros y yo tengo un perro habitándome la garganta en vez de pájaros creciéndome en la voz. Creo que eso, a veces, me pone triste. Creo que febrero es otro perro que pasa aullando profecías que nadie entiende; sólo esos locos que atisban los temblores de la tierra y los guardan bajo las uñas.

Creo que la noche es un dios conciliador que se mueve lento, en agonía, para dejarme traer todas las cosas de lugares donde nunca estuve porque sigo lejos y tengo que andar en una romería que tampoco sé cómo acaba.

Sobretodo, -y por cualquier excusa- creo que debería escribirte las manos y los ojos; los labios de comisura a comisura y cada uno de los vellos de tu barba. Sí. Voy a escribir tu delgadez y tu sombra de plástico tibio y tu ira con pulso de niña. Escribir tu aroma a fruta madura y tu forma de decir "no" y "ah, bueno". Lo voy a hacer porque creo que hemos sido expulsados y no me queda más que sembrar paraísos en esta tierra baldía.

sábado, 26 de enero de 2013

Garúa


"Había sido la última oportunidad. Ahora lo sabía. De todos modos, pensó, hubiera podido ahorrarme la humillación de la llamada y el último diálogo, diálogo de mudos, en la mesa del café. Sentía en la boca un sabor a moneda vieja y piel adentro una sensación de cosa rota. No sólo a la altura del pecho, no: en todo el cuerpo; como si las vísceras se le hubieran adelantado
a morir antes que la conciencia lo hubiera resuelto. Sin duda, tenía todavía muchas gracias que  dar, a mucha gente, pero se le importaba un carajo. La garúa lo mojaba con suavidad, le mojaba los labios, y él hubiera preferido que la garúa no lo tocara de aquella manera tan conocida. Iba bajando hacia la playa y después se hundió lentamente en el mar sin sacarse siquiera las manos de los bolsillos, y todo el tiempo lamentaba que la garúa se pareciera tanto a la mujer que él había amado y que había inventado, y también lamentaba entrar en la muerte con el rostro de ella abarcando la totalidad de la memoria de su paso por la tierra: el rostro de ella con el pequeño tajo en el mentón y aquel deseo de invasión en los ojos".


-Eduardo Galeano



martes, 22 de enero de 2013

De palabra




No quiero untarme los secretos apilados en la alacena. Prefiero desvestirme del enigma y caer en contradicción en el intento, que esconderme tras una mitología de plastilina; volverme oracular aunque sea en martes; quedarme con el espacio ambiguo entre mi miopía y la sangre y no con el miedo en conserva de vidrio.
Me siento en la orilla de todo; sé que hay que salir del ombligo con un cuchillo y un puñado de memorias abiertas. Intento abrazar el silencio porque lo diáfano del ojo tiembla en el poro y en la encía; abrazar lo que se escapa, el fuego que prende la lengua y nos vuelve pulpa de estrellas o la vena del tiempo.
Y mis noches rojas son un querer sonar una estampida de elefantes; sonar la savia del árbol viejo o la voz encallada en la garganta con los dedos empapados de viento, a sabiendas de que vivo en un lenguaje triste, de que todas nuestras palabras mienten, sobre todo, cuando alguien hace de ellas poema o ley.

sábado, 5 de enero de 2013

Enero


Hay días blancos como éstos.
Días en que al viento le duelen las manos 
y escupe cristales
y destroza el tiempo
y se hace pedacitos porque no sabe
qué hacer con su dolor. 

Días en que todo respira una existencia lejana;

algo como un conjuro con el árbol seco 
o con el pavimento océano.
Días en que la vida es un hilito de sangre
transido en las plumas
de un pájaro que no se haya en el cable de luz.

Días en que uno camina aturdido con los pies hechos ascuas 
por las mismas calles que ya no se parecen
a la tragedia que las pisa.
Porque el cielo es todas partes
y el pájaro muere sin estruendo
y el incendio no es la pólvora.

La calle es un canto blanco que sabe todas las respuestas.
Uno no llora, no corre al espejo, 
no maldice como un parricida.
De nada sirve. 
En estos días uno nada más abre la boca
para que se le salga el alma.

viernes, 4 de enero de 2013

13 de la suerte


Y si destruyo al mundo es para que ocurras tú.
Y si destruyo al mundo es para que ocurras tú.
Y si destruyo al mundo es para que ocurras tú.
Y si destruyo al mundo es para que ocurras tú.
Y si destruyo al mundo es para que ocurras tú.
Y si destruyo al mundo es para que ocurras tú.
Y si destruyo al mundo es para que ocurras tú.
Y si destruyo al mundo es para que ocurras tú.
Y si destruyo al mundo es para que ocurras tú.
Y si destruyo al mundo es para que ocurras tú.
Y si destruyo al mundo es para que ocurras tú.
Y si destruyo al mundo es para que ocurras tú.
Y si destruyo al mundo es para que ocurras tú.