miércoles, 21 de marzo de 2012

Otro intento


Otro nombre...


Yo sólo quiero que sepa que me encantaría jugar con su cabello;
decirle que a los payasos  dejé de temerles y hoy les profeso cierta empatía,
que las mariposas me recuerdan que muero,
que mi nombre es una mariposa y murió antes de verme viva.

Pero quizá después me mire con una tristeza que nos pulverice  los ojos,
porque nuestros dedos escriben en un tiempo imperfecto que nos impertenece,
conjugando nuestras deshoras con sueñitos de cineasta
y  tragicomedias de minutos robados  al vértigo o a lo imposible.

Es que nos golpea la sapiencia de ser anacronismo y no poder bajar
del carrusel que hemos creado. Se nos alarga la ira, cuando mejor 
deberíamos partirnos de risa porque en su oficio usted se dibuja tantas caras 
                                                                                    para no tener ninguna 
y  a mí, en el mío, me da por temblar y hacer ruiditos.

Ya más tranquilos, me atreveré a decirle
 que usted  fue mis huesos
cuando andaba lacia del alma 
y usted también me dirá algo así;
o  mejor nos hacemos tontos porque esto 
es un sinsentido que nos araña despacito
hasta hacernos nuditos la sangre.

Con suerte, sabré enseñarle cómo encender estrellas al ras del piso
o a crear cataclismos en el silencio mientras el mundo se cae de ruido.
Con suerte podré regalarle un poco de agua 
y escribirnos un ratito en el olvido,
justo antes de salir al escenario de la inmolación.

martes, 6 de marzo de 2012

Un intento



El hombre a quien le escribo tiene en la cabeza
un animal indómito que se deja acariciar.
El hombre a quien le escribo tiene los ojos golpeados
por la tinta; tiene  la sonrisa alunarada y viciosa.
El hombre a quien que le escribo es sordo de corazón.

El hombre a quien le escribo lleva una sombra clavada
en las manos para no mancharse de vulgaridad.
El hombre a quien que le escribo es de una ira taciturna y blanca.

El hombre a quien le escribo cree que dieciocho centímetros
son demasiados como para no penetrar en el olvido,
pero que los años no son suficientes para besar el perdón.

El hombre a quien le escribo canta algo de apostar toda la vida,
de 
perderlo todo siempre. Le pido que vayamos hacia el mar
aunque yo sé que ya no escucha a sus botas.

El hombre a quien le escribo está cansado; yo le digo:
“muñeco, estás cansado pero todos estamos cansados
pero nadie está suficientemente cansado
y eso no lo dije yo, pero es la verdad”.

El hombre a quien le escribo es monócromo, sereno;
de una pasión incipiente y de una barba prolija donde
me gustaría sentir el reposo.  

El hombre a quien le escribo se fue a una ciudad menina e moça;
lo esperé cantando un fado que hablaba de saudade,
barcos negros y del mar.

El hombre a quien le escribo conjuga en tiempos
que nunca ocurren; huye entre cristales, vuelve como grito.
El  hombre a quien le escribo es un impromptu, un imposible.

El hombre a quien le escribo no sabe que soy serpiente
y tengo al fuego de mi lado
y que no le temo a sus cicatrices
porque el abandono y la nostalgia me han dejado su veneno.


Ya sólo quedan el temblor, la fiebre, un espasmo de furia contenida.
El hombre a quien le escribo me ha llenado de alfileres o espinitas 
de viento, allí justo en donde tocó el núcleo de mi humedad.

El hombre a quien le escribo pegó la tarascada
en mi costado izquierdo sin quererlo, cuando yo
bajé la guardia y mastiqué entre los segundos, las lágrimas
y el miedo un montón de palabras imperdonables:
luciérnaga, Perséfone, desierto, caos
palabras:
ómnibus, poesía, cerveza     amor.

Todas caen conmigo y él, a quien le escribo, se lleva algunas letras
en la bolsa; deja otras en las líneas de mis manos 
para guardarme la sangre
y las bendice porque son bellas 
y moja sus dedos
con los pedazos de mis ojos 
y me mira tan pequeñita
y ésa es su "justicia" 
y me da lástima su esfuerzo
por querer erguir su temor:
su terrible derrota.

El hombre a quien le escribo cierra el pecho para no mostrar los huesos rotos;
para no perderse lejos de su nicho de dolor y en su coraza
quisiera colgar mi nombre para sumarse otro fantasma,
para seguir seco.

El hombre a quien le escribo echa raíz de mala hierba
Y éste es un primer intento por comprender lo que no entiendo.
Él, a quien le escribo
no puede caminar sobre una cuerda,
ni quemar la luna,
ni constelar un silencio profundo
No quiere hablar de lilas y del infierno entre la música,
ni desenterrar al elefante rojo de la noche
porque el hombre a quien le escribo,
a quien amo,
con su luz y su sombra y su perfil de demonio taimado,
no se ha dado cuenta que el descenso verdadero
está en mi nombre
y que el único paso que no ha dado
es el que su interminable tristeza no le deja dar.