Otro nombre...
Yo sólo quiero que sepa que me encantaría jugar con su
cabello;
decirle que a los payasos dejé de temerles y hoy les profeso cierta
empatía,
que las mariposas me recuerdan que muero,
que mi nombre es una mariposa y murió antes de verme viva.
Pero quizá después me mire con una tristeza que nos
pulverice los ojos,
porque nuestros dedos escriben en un tiempo imperfecto que
nos impertenece,
conjugando nuestras deshoras con sueñitos de cineasta
y tragicomedias de
minutos robados al vértigo o a lo
imposible.
Es que nos golpea la sapiencia de ser anacronismo y no poder
bajar
del carrusel que hemos creado. Se nos alarga la ira, cuando mejor
deberíamos partirnos de risa porque en su oficio usted se dibuja tantas caras
para no tener ninguna
deberíamos partirnos de risa porque en su oficio usted se dibuja tantas caras
para no tener ninguna
y a mí, en el mío, me da por
temblar y hacer ruiditos.
Ya más tranquilos, me atreveré a decirle
que usted fue mis huesos
que usted fue mis huesos
cuando andaba lacia del alma
y usted también me dirá algo así;
o mejor nos hacemos tontos porque esto
es un sinsentido que nos araña despacito
es un sinsentido que nos araña despacito
hasta hacernos nuditos la sangre.
Con suerte, sabré
enseñarle cómo encender estrellas al ras del piso
o a crear cataclismos en el silencio mientras el mundo se
cae de ruido.
Con suerte podré regalarle un poco de agua
y escribirnos un ratito en el olvido,
y escribirnos un ratito en el olvido,
justo antes de salir al escenario de la inmolación.
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