domingo, 12 de mayo de 2013

Domingo

El calendario ha puesto barrotes
y me convirtió en pantera.
Juego a desconocer mi jaula
con terror claustrofóbico,
pero el tiempo sabe que soy
un gato domesticable.

Abro gavetas,
todas las criptas personales;
miro en el fondo el cadáver impune
de unos veinticuatro años
y al gusano ciego que se alimenta del crimen.

La voz presa detrás del muro es un lápiz
sin punta con el que escribo un cascajo
tristísimo, un intento de acción,
un conato de fuga.

Mis cortinas alardean de haberle impuesto
su tiranía de suciedad y pliegues
a la ventana y la poca luz que se filtra
deja todo con cara de bodegón.

Es cierto, la tragedia íntima no araña
la conjugación de las eras,
pero en el encierro, la mugre del zapato
y la uña magullada
son la épica que me clava
al techo en un gesto de santidad.

Nada. Las horas rompen en efervescencia
de sombras contra la cama.
Los ácaros del colchón tienen más hambre
que mis ansias de libertad.

Estas ganas de no morirse
prohíben vivir a diario.
Y por ello, "la pendejada de que todo sea igual".

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