Bailar contigo es un suicido;
es fijarme en tu mirada igual a los cuerpos
de dos niñas asfixiándose en mis huesos.
Es abrazar el dolor de lo pasado entre mis dedos
y no poder agarrar nada,
ni siquiera las impertinentes palabras
que consuelan un duelo interminable.
Bailar contigo es caminar hacia latitudes imposibles.
Es devorar un año de camposanto e incertidumbre;
de flores, ladridos y cicatrices
bajo los rayos plúmbeos de un sol extraño
que sigue sabiendo a desierto.
Pero esta danza levanta los fragmentos
de la niña que fui, de la que sigo siendo.
Y en la tristeza me ha surgido una nueva piel,
he recorrido el tiempo
como el del que viaja y huye del dolor.
Aunque yo no he movido una pestaña porque
no voy a derramar mis alas en tus fantasmas, cariño.
no voy a derramar mis alas en tus fantasmas, cariño.
Sigue bailando tu muerte sin fin
que no me corresponde.
Cuando abras los ojos verás un puerto
de metafísica desgastada por el tedio,
donde la arena todavía no se traga el azar
de estar parados en este nombre.
de metafísica desgastada por el tedio,
donde la arena todavía no se traga el azar
de estar parados en este nombre.
Sigue bailando en mi tierra; mi verticalidad
nos llevará a un abismo ofidio,
a una boca donde la soledad sea nuestra
y la alegría no se corrompa con canciones marchitas;
nuestro será el fado que espera y sucumbe
ante la vacuidad cautivadora de las calles
y la verdad inalcanzable del mar.