jueves, 20 de septiembre de 2012







Porque me dejas en las manos un campo de líneas
 sin destino;
surquitos de fiebre, manías cosmogónicas,
una cicatriz de inefabilidad.
Ésta es la conjuración de mi sangre. Aquí vuelvo a nacer.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Vómito para no llorar... 1


Si alguna vez me quisiste, mátame. No me dejes en el limbo de lo ignorado apestando mi propia memoria, ensalivando iracunda  tu oído con mi nombre convertido en arcano, arañando tu cuello con mi sombra porque ¿quién te dijo que la espalda es una lápida?  Mejor mátanos de una vez en una hoguera para consumar la llaga, porque somos estúpidos y queremos morderle los huesitos al tiempo para sentir que hoy también sabe a otro día.  A mí, antes que odio, me da no sabes cuánta tristeza el tener que recogerme los pedacitos de sangre con las manos, porque adentro llevo una vida de cristal y para no cortarme el corazón me siento en la noche a escribir el saldo negro de mis fracturas. Mátame para hacerte homenaje y brindar en los cuellos de las vírgenes que inmolaste en la arena de mi cuerpo, ésas que llamas cicatrices. Entonces serás grande y la gente lamerá tu sonrisa perenne con avidez porque en la vida nadie es tan feliz. Mátame para llenarme los ojos de humedad caliente y dulce, para  limpiarme la sal que fuiste juntando y sanar las heridas del viento. Mátame para ser una palabra que de pronto pulse en tu labio o en la punta de tu dedo. Mátame, hasta en un poema pendejo que hable de ausencias, olvido y de todo lo que dicen que está hecho el amor. Si me quisiste no me pidas que no me muera para seguir tocando tu pared con mi alma enflaquecida o zumbando con mi voz de desierto. ¿Para qué? Deberías matarme cuando limpies las colillas de los cigarros que has dejado en el patio. Entonces, terrible prodigio, resucitaré de las cenizas que quedaron en tus dientes cuando beses a la ninfa con aroma a laurel.