miércoles, 27 de julio de 2011

De cómo los fantasmas afectan las relaciones.



¿Quién le teme a los fantasmas?
Quienes no sabe que son ese rumor insólito, esa lengua ladina que acompaña los silencios más contundentes, esos que crean atmósferas irrespirables, casi acuosas.

Aquellos de huesos graves y voces bajas; esos que han sembrado los ojos con la esperanza de un florecimiento alado. Los mismos que ignoran el encanto de la intromisión imperceptible, aunque los fantasmas tengan los pies pesados.
Pies de plomo o de cobalto.

¿Quién le teme a los fantasmas?
Los que no entienden que la horizontalidad de su existencia no les permite despegarse de la ropa y las tapicerías. Acaso son los afiches fluorescentes colgados en los muros menos evidentes de nuestra vida.

¿A qué le temen?
Será entonces el voyeurismo al que son dados. A esa facilidad intrínseca a combatir el olvido y ser espejos en conjura con la memoria que multiplican los dolores del pasado aún divisable en los cielos nublados.

O será con seguridad la fuerza seductora de su incorporeidad. Es cierto, los fantasmas son mera atracción sexual dibujada en las arrugas de la cama, en la pesadez paulatina de la respiración.

¿Por qué temerles?
Si sólo son la humedad desprendiéndose de los sueños, sobre todo en las noches de verano profundo. Lluvia prodigiosa e intermitente. Los fantasmas penetran la tierra, los cuerpos suspendidos, el insomnio.

¿Por qué habré de temerle a los fantasmas?
Si son el aria que inflama los vasos sanguíneos; la vena de mis alucinaciones nocturnas que luego escribo entre vértigos a la orilla de la cama.

Y en esas instancias, dominada por el mareo más sutil y su encantadora cualidad reveladora entiendo el porqué de este miedo:

Los fantasmas se nos salen por los ojos formando un caleidoscopio de cadáveres posibles que nos sume en lo terreno.
Les temo, porque los fantasmas no creen en Heráclito. Los fantasmas no conocen la inconstancia.

sábado, 16 de julio de 2011

De las revanchas del tango...

Juegan Argentina y Uruguay, penales... 
que me perdonen los argentinos, hoy Gardel es uruguayo.
Pero el poema es argentino (:



Gotán

Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.

Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.

Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.

Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.


Juan Gelman
Gotán, 1962.

martes, 12 de julio de 2011

"I didn't eat for three days so I could be lovely"

Sobre teen-dramas anacrónicos, neurosis y otras jaladas.

A veces me desposeo y el mundo se puebla de un traqueteo indescifrable.
Caen pedazos de mi voz sobre mis pies mojados y de inmediato intento levantarlos.
Luego "entro en razón"; la voz no se arregla aunque rearme las piezas del teléfono, pero en el intento ya parí dos o tres demonios que escriben en mi espalda las formas de no morir en el desierto. Fantasmas que me abren surcos invisibles en el cuerpo. Esas cicatrices queman como la ausencia o el miedo. Pero son mías, me caminan y camino también.

Ya soy una niña grande; todo se arregla si voy a lanzar piedritas a tu ventana, aunque sea en mi delirio.



De repente también soy maestra: de mí aprendí lo perverso de la puerilidad.
De mí estoy aprendiendo a no tomarme en serio.

miércoles, 6 de julio de 2011

La verticalidad del dolor



A veces el dolor es una salamandra que camina con pasos de tigre.
 Animal  flamígero que lento devora el aroma de mi abismo;
                                                              adentro, hasta el cuello.


Otras, es un enjambre de abejas trabajándome el vientre marchito.
            Pinchazos arrojados contra el silencio de mis frutos cenizos
                  al momento de llover.


Es normal que el dolor me palpite como dos corazones en los labios.
Estallidos que rompen la sangre en temblores de ardor vítreo
                                                                   descendiendo por mi sonrisa.


Pero invariablemente el dolor crepita, muerde y babea desde abajo.
Y en el cenit- delta- luna quemada, se espina hasta disolverse
         en la más elemental incandescencia.