miércoles, 27 de julio de 2011

De cómo los fantasmas afectan las relaciones.



¿Quién le teme a los fantasmas?
Quienes no sabe que son ese rumor insólito, esa lengua ladina que acompaña los silencios más contundentes, esos que crean atmósferas irrespirables, casi acuosas.

Aquellos de huesos graves y voces bajas; esos que han sembrado los ojos con la esperanza de un florecimiento alado. Los mismos que ignoran el encanto de la intromisión imperceptible, aunque los fantasmas tengan los pies pesados.
Pies de plomo o de cobalto.

¿Quién le teme a los fantasmas?
Los que no entienden que la horizontalidad de su existencia no les permite despegarse de la ropa y las tapicerías. Acaso son los afiches fluorescentes colgados en los muros menos evidentes de nuestra vida.

¿A qué le temen?
Será entonces el voyeurismo al que son dados. A esa facilidad intrínseca a combatir el olvido y ser espejos en conjura con la memoria que multiplican los dolores del pasado aún divisable en los cielos nublados.

O será con seguridad la fuerza seductora de su incorporeidad. Es cierto, los fantasmas son mera atracción sexual dibujada en las arrugas de la cama, en la pesadez paulatina de la respiración.

¿Por qué temerles?
Si sólo son la humedad desprendiéndose de los sueños, sobre todo en las noches de verano profundo. Lluvia prodigiosa e intermitente. Los fantasmas penetran la tierra, los cuerpos suspendidos, el insomnio.

¿Por qué habré de temerle a los fantasmas?
Si son el aria que inflama los vasos sanguíneos; la vena de mis alucinaciones nocturnas que luego escribo entre vértigos a la orilla de la cama.

Y en esas instancias, dominada por el mareo más sutil y su encantadora cualidad reveladora entiendo el porqué de este miedo:

Los fantasmas se nos salen por los ojos formando un caleidoscopio de cadáveres posibles que nos sume en lo terreno.
Les temo, porque los fantasmas no creen en Heráclito. Los fantasmas no conocen la inconstancia.

1 comentario:

Jorge Nores dijo...

Grazno. más que como elefante, como fantasma olvidado.