miércoles, 17 de agosto de 2011

Has de saber, amor flaquito, que ahora que te veo quisiera decirte tantas cosas. Pero sé que no puedo, y mis ansias se ramifican por todo el cuerpo, usurpando el lugar de mis venas, llenando los intersticios en donde antes había sueños.

Que esta sangre ya es veneno, un humor más negro que la bilis o la ausencia. Y el corazón bombea flores remojadas en las sombras que van dejando estas palabras que no digo.

Que me calla el miedo a tropezarme de lengua sobre mis intenciones, o de que mi voz sea más aleteo que silbido, o peor, pisadas de grillo cojo y tú me mires con ternura o una especie de compasión maltrecha.

Y yo quisiera clavarme espinas en las articulaciones para retorcer tanto pensamiento inútil dentro de mis huesos. Me desgarran los gritos, pero no los escuchas porque finalmente en tu oído hay un vacío que no llenaría ni ladrando.

Has de saberlo, ahora que te veo tan tranquilo y quisiera doblarte las rodillas, tronarte los dedos y hacerte bolita sobre la cama hasta que tomes una posición fetal.
Así como tú lo haces cuando tuerces la boca y yo me doblo para mirarte, esperando encontrar en ese gesto pura felicidad.


Y luego me doy miedo
porque me destripan las ansias de llenarte 
de felicidad.
Aunque sepa que no tienes que sentir 
lo que yo siento.

martes, 9 de agosto de 2011

Las lenguas del viento hablan desde este silencio

Hay veces en que me sigo deshaciendo
en las ansias de apresar el viento entre los dientes;
arrancarle los ojos, robarle la lengua, secuestrarle los dedos.
Quedarme con cada uno de esos gestos de terrible desvelo
y convertirme en la única que teja murmullos y silencios,
la única que haga música los miedos.

Pero el viento se me escapa aquí dentro.
Aunque afuera la luna cubre afable
a los desahuciados
con su manto de agua seca
y yo no quiero quedarme con sed.

Adentro ruge el viento, y el fuego crece.
Yo exhalo temores, dolores, ausencias
nada más de imaginarte sentado en la orilla
de mi abismo sin ganas de saltar.
Tiemblo y me quiebro nada más de pensarte
caminando por las líneas de mis manos
sin intención de fundirte en su malogrado destino.

Es que hay veces en que sólo tengo al viento
y estas llamas abrasando tu nombre,
avivando los desatinos, desencuentros,
encendiendo las inútiles palabras
que me guardo entre las pestañas.

Pero si el viento fuera un pájaro estallando en las venas,
se esculpiría el canto que acortara las distancias
entre ese universo de sombras que te puebla
y esta nación en guerra que me habita.

Si el viento fuera nuestro, con todos los murmullos,
con todos los silencios,
con toda esta música compuesta entre las dudas
del amanecer cercano,
nos arrancaríamos la sal de las mejillas,
gravitaríamos en nuestro mar sin tiempo.

martes, 2 de agosto de 2011

Yo también me resumo en tantas cosas.

Es una sensación rara, saber que me puedo llamar Teresa, Eva, Soledad o Remedios. Que de pronto me quedan Ariadna, Perséfone o Caos.
O llamarme débil, muñeca quebrada, pájaro sin alas; llamarme luminiscencia cascada bullente entre las cuerdas, música escrita en escala del silencio, sol de una noche mareada.
O que mi nombre sea "no me gusta el mar, porque el mar es un útero enorme y yo vengo huyendo de mi cuna, pero me sigo ahogando en la arena, cuerpo sin humedad".
Sin embargo es más conveniente decirme Argelia porque permanece poco en la memoria. Argelia, algo más parecido al olvido, una tarascada al pasado. Argelia, porque entre el desierto y la fuente está la guerra que a veces se traga  tus pisadas y mis vuelos. 
Argelia, porque en este espacio cabe más de un corazón ausente.
Me tocó llamarme Argelia porque me parece de pésimo gusto eso de dejar cenizas. Yo siempre estoy ardiendo.
Me llamo Argelia porque muero y casi me doy cuenta.