Tienes razón tú -y todos tus tús- cuando dices que las cosas son sencillas.
No es practicidad, es algo más parecido al cansancio y las ganas de respirar con dos pulmones
hollinados
sin tener que pelear el aire con quien debería regalarte un poquito de aliento.
No quiero matar pájaros en mi tragedia.
Nací con pies pequeños, de agua. Pasos cortos y mucho sentir; porque yo no apunto a monumentalidades hipotéticas
que se me desplomen en las manos y no me dejen sostener un corazón.
Yo quiero sostener el tuyo y sentir cosquillas cuando lata fuerte
y calor cuando esté en paz.
Tengo en mí todas las contradicciones del mundo.
Hay ratos cuando en la cama somos un solo cuerpo
que se come todo el espacio del mundo escondido en nuestras bocas.
Esta cronopia, siempre húmeda, va a guardar esos ratitos en relojes de alcachofa,
para deshojarlos poco a poquito y comernos el corazón del tiempo,
aunque afuera llueva todo el cielo, porque lo relojes normales me ponen,
no,
nos ponen desdichados.
A veces sufro mucho, como quien extraña el presente.
Eres como un árbol donde se enredan las nubes,
o las médulas de los muertos:
como la noche grande que no se cansa de vernos insomnes
cuando el cielo se hincha de olvido.
Aunque sea chiquita como los lunares de tus dientes y llore.
Es mejor arrancarnos el silencio de los párpados y las horas de los dedos.
Dejar que las niñas hablen.
O leernos un cuento, aunque se nos tropiece la saliva, y que todo suene bien
porque todo es honesto.
Meu menino.
El amor es una complicidad de fracturas cosmicómicas y redenciones
imposibles.
El amor es como dios y sus estigmas.
En cada grieta crecen jardines donde la muerte es más liviana que el viento
y no hay dolor en la sangre.