domingo, 19 de febrero de 2012

Las ganas de llorar


Él: monócromo, equívoco, sereno.
El de manos como cunas y la sonrisa con lunares.
How I love your beautiful crazy black hair.



Cuando me dijiste todo está bien, muñeco; no pasa nada, me dieron muchas ganas de llorar.

Qué fácil se pinta todo de tu color. Y duele, muñeco, el cómo te me siembras en la sangre. Porque ese espacio en que apareces no era el tuyo; el silencio se llena con el lenguaje de la Imposibilidad. Viniste a quemar mis abismos y a vaciar pájaros hambrientos en mi nombre que no era muerte, ni poema, ni flor. Era yo puro Tiempo silente. Ya no tengo manos, tu cabello las ha devorado; de mis huesos queda la noche etérea con su mitología y mi voz luciérnaga te hace brotar. La humedad me perfora el pellejo, en mi boca esculpes una batalla, es decir, el recuerdo de tu presencia dentro. Qué fácil se pinta todo de ti; mis ojos miran con suspiro el desvanecimiento de la tierra entre las páginas de un calendario con cara de amnesia y la taquicardia de un idioma senil. Lo único que no se olvida es mi vendaval, el torrente que capitaneas y nos ahoga o me hace naufragar en algo que ya no es mi cuerpo.

Voy caminando sola, trémula, atravesando el horizonte, 
arriba, donde todo es de tu color 
y si me caigo
quiero creer que estarás ahí
pintando el espacio de negro o sombra o serpiente.
Y si me caigo quiero gritar sostenme,
aunque ya ni el miedo sea excusa.
Si me caigo, vale, 
las redes se volvieron tu océano;
soy  una cárcel ambulante
o un preso que camina.
Condenada a la fuga,
me derramaré sobre tu espalda,
se me volará el corazón como girándula.

Todo estará bien, apretaremos el tiempo entre los dientes un ratito mientras los dedos chupan el sabor del tabaco con el cansancio más justo: el del espasmo y el descenso. Luego nos pondremos a llorar.

jueves, 9 de febrero de 2012

Al margen del ruido, yo tejo la noche sobre tu espalda; el tacto nebuloso de mis dedos al rozar tu viento
-la soledad sonora, el silencio oceánico-. Una constelación de música tatuada en la piel cuando te tocan
mis labios llenos de luna.

Hay algo de triste y perverso en este oficio de hilar luz y sombras sobre la humedad que exhala tu cuerpo.
Como para que no te me vayas, como para esperarte siempre, como para que no te me acabes de morir.

jueves, 2 de febrero de 2012

Huida y rescate



Yo llegué a la ciudad fantasma. Con veintidós Niñas despedazadas en una mano y un vaso de agua salada, para no morir de sed, en la otra. Llegué a tropezones por la última cuerda que había asegurado para mi huida. Huí hecha un demonio cuando el abandono me llenó el corazón de sanguijuelas; supe que desenterrar el pasado no era más que despertar en una tumba. 

La ciudad es un fantasma filicida; 
lento se traga la sombra
y nos derriba con la médula calcinada 
hasta crucificar nuestros pasos 
para encontrar redención.


Huí a este lugar donde nadie sabe de trenes, ni de libros que son espejos, ni de escarabajos que golpean
en las ventanas, ni de payasos blancos que lloran a escondidas 
cuando ven que sus sonrisas no enamoran al amor.


La ciudad es un fantasma que tiembla
detrás de los párpados,
justo donde la noche no alcanza a protegernos;
donde el sueño es un sonámbulo caminando 
entre el miedo y la soledad.


Nadie sabe nada porque no hay nadie para saber. Sólo el eco enterrado en mi oído -que es como la voz de todas mis iras y de todas mis muertecitas amontonadas queriendo salir disparadas hacia la sangre que aún palpita en mi pellejo-, repite y repite la ciudad.


La ciudad es el fantasma de un niño extraviado 
entre las bestias.
El espectáculo de la Memoria y el Olvido 
va llenando el escenario
de acróbatas grotescos: 
el fantasma es el viento.

En la ciudad de viento, los muertos vuelan sembrando nubes que lloren
una última plegaria de ave sobre el desierto 
antes de que el dolor consuma la sangre, 
antes de que la ciudad sea yo.