jueves, 2 de febrero de 2012

Huida y rescate



Yo llegué a la ciudad fantasma. Con veintidós Niñas despedazadas en una mano y un vaso de agua salada, para no morir de sed, en la otra. Llegué a tropezones por la última cuerda que había asegurado para mi huida. Huí hecha un demonio cuando el abandono me llenó el corazón de sanguijuelas; supe que desenterrar el pasado no era más que despertar en una tumba. 

La ciudad es un fantasma filicida; 
lento se traga la sombra
y nos derriba con la médula calcinada 
hasta crucificar nuestros pasos 
para encontrar redención.


Huí a este lugar donde nadie sabe de trenes, ni de libros que son espejos, ni de escarabajos que golpean
en las ventanas, ni de payasos blancos que lloran a escondidas 
cuando ven que sus sonrisas no enamoran al amor.


La ciudad es un fantasma que tiembla
detrás de los párpados,
justo donde la noche no alcanza a protegernos;
donde el sueño es un sonámbulo caminando 
entre el miedo y la soledad.


Nadie sabe nada porque no hay nadie para saber. Sólo el eco enterrado en mi oído -que es como la voz de todas mis iras y de todas mis muertecitas amontonadas queriendo salir disparadas hacia la sangre que aún palpita en mi pellejo-, repite y repite la ciudad.


La ciudad es el fantasma de un niño extraviado 
entre las bestias.
El espectáculo de la Memoria y el Olvido 
va llenando el escenario
de acróbatas grotescos: 
el fantasma es el viento.

En la ciudad de viento, los muertos vuelan sembrando nubes que lloren
una última plegaria de ave sobre el desierto 
antes de que el dolor consuma la sangre, 
antes de que la ciudad sea yo.

1 comentario:

Sadie dijo...

Supe que desenterrar el pasado no era más que despertar en una tumba


grrrrrrr.!!!! bn! bn!lovin'these lines