No quiero untarme los secretos apilados en la alacena. Prefiero
desvestirme del enigma y caer en contradicción en el intento, que esconderme tras una mitología de plastilina; volverme oracular aunque sea en martes; quedarme con el espacio ambiguo entre mi miopía y la
sangre y no con el miedo en conserva de vidrio.
Me siento en la orilla de todo; sé que hay que salir del ombligo
con un cuchillo y un puñado de memorias abiertas. Intento abrazar el silencio porque lo
diáfano del ojo tiembla en el poro y en la encía; abrazar lo que se escapa, el fuego que prende la
lengua y nos vuelve pulpa de estrellas o la vena del tiempo.
Y mis noches rojas son un querer sonar una
estampida de elefantes; sonar la savia del árbol viejo o la voz encallada en la
garganta con los dedos empapados de viento, a sabiendas de que vivo en un lenguaje triste, de que todas nuestras palabras mienten, sobre todo, cuando alguien hace de ellas poema o ley.
1 comentario:
Me da gusto leer algo tuyo después de tanto. Saludos Arge.
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