Hace un tiempo leí un breve texto que me informaba de cosas terribles, cosas que
me pueden hacer llorar. Todo comenzó cuando leí: “…titulares sobre la
desaparición del libro físico…” y entonces me dieron ganas de no leer más.
Es
cierto, en la actualidad el acto de leer se hace de maneras diversas y el libro
u otras publicaciones impresas han dejado de ser los únicos medios a través de
los cuales las personas llevan a cabo el enriquecedor acto de la lectura. Pero
también es cierto, como menciona el texto, que si el libro se trata de una
tecnología, representa una tan firmemente arraigada que ha sobrevivido nueve
siglos sin reales modificaciones. ¿Entonces por qué? ¿Por qué nos lo quieren
matar?
Las posibilidades que brindan los libros electrónicos
transformarían la rigidez del libro tradicional, brindándole un carácter
dinámico, interactivo y de contenidos mutables. El mismo concepto de "libro" tendría que ser analizado y redefinido. Sin embargo, a mi ver, el valor
perenne –por así llamarlo- del libro IMPRESO agrega una nota de sentimentalismo
que es en verdad importante para los lectores más tradicionales o, por
lo menos, para los que, asiduamente y desde hace tiempo, recurrimos a las
páginas de los libros. Y esta es sólo la punta del iceberg de motivos por los cuales el libro impreso tiene arraigo en nuestra vida; podemos mencionar también el placer de observar un librero
repleto de ejemplares literarios de todo el mundo; seguir con el trabajo artístico
que nos ofrecen sus ediciones artesanales o bellamente cuidadas; terminar con la facilidad y comodidad de
leer sobre papel.
No
me malinterpreten, nada tengo en contra de la tecnología y las ventajas que ésta
ofrece en el ámbito de la lectura, la distribución y fomento de la misma porque, bien es cierto, la lectura evoluciona
junto con todas las manifestaciones culturales. Yo misma pertenezco a la
generación de jóvenes adultos que prácticamente vivimos pegados a un “ordenador”. La existencia de este espacio es el mejor ejemplo. Comprendo las implicaciones
de “leer” en el nuevo siglo. Es cierto que la información de la red es mucho más compleja y se encuentra saturada, no ya de palabras, sino de elementos que
enriquecen el proceso de lectura, dejando al texto en un sitio de complemento
al sin fin de imágenes, vídeos, audios y demás brujerías fantásticas que se
despliegan en la World Wide Web.
Pero
de eso a decirme que el libro-objeto es algo muerto, aburrido, sin futuro y que
tendrá que desaparecer, eso sí no me gusta para nada. Por lo menos, en mi caso,
y en el de muchos lectores que conozco, este asunto de leer en un pantallita es
incómodo, cansado, frío y poco disfrutable. Además de que, por el momento, no
todos contamos con la tecnología adecuada para realizar estas lecturas tan
siglo XXI porque no nos interesa o porque, de plano, todavía no se abaratan
tanto los precios como para adquirir alguna tablet o eBook o esas
cosas que no son de dios. La verdad, yo
sigo prefiriendo gastar mis dineros en la adquisición de libros ya que éstos son más amigables conmigo,
cálidos, aromáticos, duraderos, no se tienen que desechar porque ya salió el libro versión
2.0 plus y, sobre todo, están libres de mi descuidada forma de ser que atenta
contra la vida de cualquier aparato tecnológico. Quizá algún día me dé por
comprar alguno de estos engendros de la tecnología actual porque, sin duda, resultan prácticos para
muchas actividades; pero mis lecturas en papiro, no señor, ésas no las cambio
por nada.
Por
otra parte, me alarman las declaraciones que se hacen en el texto que he leído y que he escuchado en varias ocasiones; que “hemos perdido la paciencia para esa lectura que favorece pensamientos
pausados”. Claro, vivimos en una era de velocistas: la vida es Usain Bolt, un monoplaza Formula 1, un montón de megas por minuto. Sin embargo, pensar rápido, para mí, no es
pensar ni más ni mejor, es simplemente tener la capacidad de generar un montón
de imágenes mentales a un ritmo –excusando la expresión- diarreico. Y es que
es verdad, ese pensamiento profundo y concienzudo es tan decimonónico, qué sé
yo. Somos rápidos y furiosos y, particularmente, susceptibles a la dispersión
mental, cosa que sólo se maximiza con el internet. Adiós a las lectoras kilométricas.
Adiós Cervantes, adiós Dostoievski. Adiós para siempre Proust, nunca te
acabaremos de leer.
En cambio, el mercado de la lectura está saturado por textos de superación personal y dirigidos a jóvenes adultos. Textos rumiantes que mastican las mismas ideas vacías una y otra vez pero que se acomodan al estilo de vida y al pensamiento contemporáneo y cuya importancia está dada más por el mercado que por su contenido o su técnica y, vale, que hablar del contenido de los libros y la calidad literaria de los mismos merecería todo un texto, así que, por el momento, aquí le cortamos.
No sé, quizá dramatizo. Se me da. El libro -impreso- todavía tienen un buen rato de vida y aún
cuando la dominación electrónica se apodere de todos los espacios, habrá libros
para aquellos seres que creen en el valor del libro tradicional, sin dejar de disfrutar de las francas ventajas que ofrecen los medios
digitales para la lectura, no sólo personal, sino la interacción y
el debate de ideas. Si algo se debe celebrar de todo esto son las comunidades de lectores que se han formado en la red para fomentar el intercambio y el enriquecimiento de textos, poniendo al
alcance de todos libros y publicaciones que no son fácilmente asequibles de
otras maneras. Ojalá se exploten los aspectos más positivos de la
tecnología y no nos quedemos sólo en esa carrera frenética en la que se lee
sólo lo que está de moda porque es breve, fácil y desechable.
Referencia: "El futuro de la lectura". Virginia Collera, para el El País.
Referencia: "El futuro de la lectura". Virginia Collera, para el El País.