martes, 23 de abril de 2013

Sobre el futuro de la lectura en la era electrónica



Hace un tiempo leí un breve texto que me informaba de cosas terribles, cosas que me pueden hacer llorar. Todo comenzó cuando leí: “…titulares sobre la desaparición del libro físico…” y entonces me dieron ganas de no leer más.
Es cierto, en la actualidad el acto de leer se hace de maneras diversas y el libro u otras publicaciones impresas han dejado de ser los únicos medios a través de los cuales las personas llevan a cabo el enriquecedor acto de la lectura. Pero también es cierto, como menciona el texto, que si el libro se trata de una tecnología, representa una tan firmemente arraigada que ha sobrevivido nueve siglos sin reales modificaciones. ¿Entonces por qué? ¿Por qué nos lo quieren matar?
Las posibilidades que brindan los libros electrónicos transformarían la rigidez del libro tradicional, brindándole un carácter dinámico, interactivo y de contenidos mutables. El mismo concepto de "libro" tendría que ser analizado y redefinido. Sin embargo, a mi ver, el valor perenne –por así llamarlo- del libro IMPRESO agrega una nota de sentimentalismo que es en verdad importante para los lectores más tradicionales o, por lo menos, para los que, asiduamente y desde hace tiempo, recurrimos a las páginas de los libros. Y esta es sólo la punta del iceberg de motivos por los cuales el libro impreso tiene arraigo en nuestra vida; podemos mencionar también el placer de observar un librero repleto de ejemplares literarios de todo el mundo; seguir con el trabajo artístico que nos ofrecen sus ediciones artesanales o bellamente cuidadas; terminar con la facilidad y comodidad de leer sobre papel.
No me malinterpreten, nada tengo en contra de la tecnología y las ventajas que ésta ofrece en el ámbito de la lectura, la distribución y fomento de la misma porque, bien es cierto, la lectura evoluciona junto con todas las manifestaciones culturales. Yo misma pertenezco a la generación de jóvenes adultos que prácticamente vivimos pegados a  un “ordenador”. La existencia de este espacio es el mejor ejemplo. Comprendo las implicaciones de “leer” en el nuevo siglo. Es cierto que la información de la red es mucho más compleja y se encuentra saturada, no ya de palabras, sino de elementos que enriquecen el proceso de lectura, dejando al texto en un sitio de complemento al sin fin de imágenes, vídeos, audios y demás brujerías fantásticas que se despliegan en la World Wide Web.
Pero de eso a decirme que el libro-objeto es algo muerto, aburrido, sin futuro y que tendrá que desaparecer, eso sí no me gusta para nada. Por lo menos, en mi caso, y en el de muchos lectores que conozco, este asunto de leer en un pantallita es incómodo, cansado, frío y poco disfrutable. Además de que, por el momento, no todos contamos con la tecnología adecuada para realizar estas lecturas tan siglo XXI porque no nos interesa o porque, de plano, todavía no se abaratan tanto los precios como para adquirir alguna tablet o eBook o esas cosas que  no son de dios. La verdad, yo sigo prefiriendo gastar mis dineros en la adquisición de libros ya que éstos son más amigables conmigo, cálidos, aromáticos, duraderos, no se tienen que desechar porque ya salió el libro versión 2.0 plus y, sobre todo, están libres de mi descuidada forma de ser que atenta contra la vida de cualquier aparato tecnológico. Quizá algún día me dé por comprar alguno de estos engendros de la tecnología actual porque, sin duda, resultan prácticos para muchas actividades; pero mis lecturas en papiro, no señor, ésas no las cambio por nada.
Por otra parte,  me alarman las declaraciones que se hacen en el texto que he leído y que he escuchado en varias ocasiones; que “hemos perdido la paciencia para esa lectura que favorece pensamientos pausados”. Claro, vivimos en una era de velocistas: la vida es Usain Bolt, un monoplaza Formula 1, un montón de megas por minuto. Sin embargo, pensar rápido, para mí, no es pensar ni más ni mejor, es simplemente tener la capacidad de generar un montón de imágenes mentales a un ritmo –excusando la expresión- diarreico. Y es que es verdad, ese pensamiento profundo y concienzudo es tan decimonónico, qué sé yo. Somos rápidos y furiosos y, particularmente, susceptibles a la dispersión mental, cosa que sólo se maximiza con el internet. Adiós a las lectoras kilométricas. Adiós Cervantes, adiós Dostoievski. Adiós para siempre Proust, nunca te acabaremos de leer.
En cambio, el mercado de la lectura está saturado por textos de superación personal y dirigidos a jóvenes adultos. Textos rumiantes que mastican las mismas ideas vacías una y otra vez pero que se acomodan al estilo de vida y al pensamiento contemporáneo y cuya importancia está dada más por el mercado que por su contenido o su técnica y, vale, que hablar del contenido de los libros y la calidad literaria de los mismos merecería todo un texto, así que, por el momento, aquí le cortamos.
No sé, quizá dramatizo. Se me da. El libro -impreso- todavía tienen un buen rato de vida y aún cuando la dominación electrónica se apodere de todos los espacios, habrá libros para aquellos seres que creen en el valor del libro tradicional, sin dejar de disfrutar de las francas ventajas que ofrecen los medios digitales para la lectura, no sólo personal, sino la interacción y el debate de ideas. Si algo se debe celebrar de todo esto son las comunidades de lectores que se han formado en la red para fomentar el intercambio y el enriquecimiento de textos, poniendo al alcance de todos libros y publicaciones que no son fácilmente asequibles de otras maneras. Ojalá se exploten los aspectos más positivos de la tecnología y no nos quedemos sólo en esa carrera frenética en la que se lee sólo lo que está de moda porque es breve, fácil y desechable.


Referencia: "El futuro de la lectura". Virginia Collera, para el El País.

miércoles, 17 de abril de 2013

Desprendimiento



Perdóname, mamá.
A veces tengo la cabeza enana,
un capullo sobre los hombros.
No respiro profundo.
No me hago mujercita.

Me erosiono sin haber florecido.
Me confunden las edades de mi nombre.
Echo culpas a la crueldad 
del cuarto mes del calendario 
y a la hostilidad de mis latitudes.

Sigo empecinada en ir hacia el espejo aunque tenga púas.
Aunque tenga dientes.
Vengo aquí y veo mi cara adentro
de esta niña desplumada que también me mira.
Vengo aquí y berreo entre líneas; 
sulfuro madrugadas pensando que
la vida es el desorden que dejan los muertos.
La locura no te enseña otra cosa
que tu calavera y por eso es buena.

Soy un barquito embotellado.
Me ahogo en la paradoja de querer zarpar
en el agua podrida que me bebe.
Porque no soy fuerte.
Porque soy una farsa.

Me solidarizo con el abandono; 
soy como el niño pendejo al que dejan solo
cuando juega a las escondidas
pero entiende que el juego es así
no por madurez
sino por cobardía. 

Guardo silencio.
Siento el eco de unos dedos picoteándome la espalda; 
a mi corazón cronometrando el regreso anhelado.

Me desespero.
Me encabrono.

Quiero correr por la lengua
de la noche.
Que me lama como lame a las estrellas.
Que oculte la evidente flaqueza de mi piel
y mis venas erizadas.

Me araño los ojos,
apuro las patologías de mis córneas.
No quiero ver.
Busco una tregua en las esquinas,
bajo las sábanas, detrás de los párpados
con una manía infantil
porque el mundo no guarece y las palabras me acosan.

Perdóname, mamá.
Ya he caminado muy lejos de mí.

viernes, 5 de abril de 2013

vigilantes


"Las calles son arroyos, y los arroyos están llenos de sangre... y cuando los desagües se atasquen, todos los gusanos se ahogarán".
-The Watchmen




esta ciudad tiene rabia y sus calles muerden/ el pavimento es un solo arroyo de baba espumosa y sangre remojándonos los pies/ pensé en hacerme una balsa de algo muy pendejo como huesos y poesía pero no pudo flotar/ yo sabía que no iba a flotar/ a lo mejor si hubiera tenido otra cosa/ y ahora tengo que caminar descalza entre las fiebres/ por calles con nombres de árboles que ya se murieron de frío/ sometida al capricho del viento/ con las cuencas llenas de arena/ y los labios turgentes de veneno/ con los dedos articulados por los jamases y los nuncas que exhalan los cadáveres/ mientras siento el llanto de niños prostitutas locos/ todos santos por igual/ dándome pellizcos en el tórax/ mientras escucho balazos que ya no pasan/ rompiendo cristales y cuerpos/ y huelo el gas que emana de la barriga hinchada de mi pueblo/ cuando se sienta a pistear y a cantar canciones tristes por las noches/ esperando a que a la luna le den ganas de ser héroe/ la ciudad tiene rabia y limpiarle la boca no es la cura/ la ciudad tiene un cáncer lagartija/ se tiene miedo/ yo la veo temblar poquito cuando las luces mercuriales apenas empiezan a brillar/ y en ese momento la gente quisiera volver a casa/ pero aquí rara vez morimos en nuestra cama