viernes, 29 de abril de 2011

Una idiota pretendiendo ser racional.



Al final de cuentas –pensó en voz alta- la soberbia, la mala egolatría, no son más que la necesidad de autoafirmarse y reconocerse en un mundo que nos queda demasiado grande y amenaza con aplastar toda nuestra fragilidad. Es decir –siguió pensando- el abismo de la auto-conmiseración y el miedo se encuentran dentro del mismo espectro egoísta que la megalomanía y la soberbia. Y mientras tanto caminamos como dos personas a punto de encontrarse, pero no. Casi nos descubro.
Porque la soberbia resulta, en todo caso, un accesorio tan lindo e innecesario como una mascada esperando estrangularte. Y nada mejor para robustecer y llenar nuestros huecos que una bonita (aunque frívola) decoración. Y aunque te asuste, yo aprendí a ser silencio. Después de todo, la simplicidad siempre ha estado subestimada; en cambio resultan más atractivos el dramatismo carnavalesco y la morbosidad circense –continuó con su discurso en larga apóstrofe, como quien (pobre iluso) cree poseer una verdad incontrovertible-.
Pero, no puede ser del todo malo, quizá sea una especie de mecanismo natural de autoconservación (de lo más bajo y simple) diseñado para humillar antes de ser humillado. Pero todas las noches calan los huesos, todas las noches hay ecos royendo las entrañas. Quién sabe, tal vez la vanidad (en  todas sus formas) ha esculpido al mundo –de pronto se calló, vio el crujido de su voz al impactar el cristal. Se acercó a la imagen y escuchó en el fondo una risita burlona-. ¡Bravo, es hermoso hacer el ridículo enfrente de uno mismo!- Se calló como quien descubre su falta y continuó mirándose en el espejo-. No llores, yo tampoco te reconocí.


Y alguien se encorva y solloza sobre mi cama,
alguien ciego como yo,
alguien que no soy yo,
alguien que no sé.

martes, 26 de abril de 2011

Los ojos, pájaros de agua.

Me miro con estos ojos,
aleteos de pájaros bajo la lluvia
estrellándose contra el cristal.


Me gritan las pupilas
que sigo siendo yo.
La niña sin muñecas,
la que con brazos quebrados, trata
de apretar el aire con los dientes
para no caer por la garganta quemada
del mundo.

Sigo siendo yo, 
la demente
aferrada a un silencio boreal;
aunque amenace el fuego,
el viento,
los espejos.
Todo esto que corta igual que las palabras.

Soy yo (la misma)
quien sale a la noche para sentir
el temblor del desierto sobre la piel
y escuchar cómo grita mi vientre,
hastiado de sorber sombras.

sábado, 23 de abril de 2011

para el que me hace posible


eres el silencio que me muerde los oídos día con día la luz filtrándose espantosamente a mi habitación en combustión perpetua esa luz que me despierta para recordarme que sigues siendo sombra y que yo te persigo hasta con los dientes por qué has de ser el tiempo muerto sobre la cama la fuerza de gravedad dibujada en el surco de mis sábanas que no te envuelven la horizontalidad de la ausencia y todo el miedo de no poder callarte en mis párpados arrasados por la impaciencia y aún te preguntas si soy capaz de quererte con la rabia con que tú has amado mentiras y monstruos casi tan hermosos como el olvido y todavía lo preguntas hombre cómo no te callas y escuchas todas estas ansias de dormirme en tu clavícula de habitarte las manos de llenarte los ojos de palabras aladas de comprender cada rizo de tu cabeza de aprenderme tu lengua de la a hasta la z de penetrarte la piel con los dedos y sentarme sobre tus huesos para saber a qué huele tu alma

jueves, 21 de abril de 2011

Sobre el primer suicidio


Yo no quería sentir todo esto,  por eso me maté
cuando la noche abrió grande su boca,
tragándome
en un alarido de estrellas…
Mi cuerpo vuelto voces corrió como perfume.
Y del perfume se formó una nube y la nube creció
entre la sombra de mis huesos,
hasta ser más terrible que la Angustia
de una madre que espera con los brazos vacíos.
Al temblor de la luna inmóvil
-ojo de muerto-
la nube llovió Fantasmas sobre la arena.
Algo con plumas cayendo a la tierra...
En el desierto solo la muerte y los Demonios
se precipitan como pájaros.
Porque cada noche
es igual al suicidio de una Niña
que se lanza de la cama hacia el espejo
con el corazón vuelto muecas y uñas y murmullos.

lunes, 18 de abril de 2011

Sedimentación nocturna.

A esta niña le enseñaron a pelarse las pestañas para no abrir el corazón.
Le enseñaron a quemar incienso en lenguas muertas antes de escupir verdades.
A esta niña le clavaron las alas a las vértebras con la esperanza de volverla  p e d e s t r e.
Nunca le contaron del silencio, ni de las muertes sembradas en el jardín.

Pero ella –tonta ella- no entendió cómo se escupe humo desabrido, ni cómo se espinan los ojos en las paredes, cómo volver de piedra al ojo. En cambio ha probado el dolor de un iris desnudo y la paciencia mal lograda del Vómito.
Y qué bueno, niña. Qué bueno.

Si la mirada araña barriendo las comas      los puntos            las pausas innecesarias.

Que se trepe hasta la luna tu pupila frenética y la explote con la furia de esos párpados poblados de insomnio.
Que la noche se vuelva una sombra dilatada de placeres plateados, una sombra brillante tan bella como los labios fundidos del deseo, tan terrible como perderse en una mentira.
El mutis de este absurdo transfigura alas rotas en pies de agua. El pisar se vuelve huella, surco, prenda que viste la arena. Por eso vuelas como gota que extraña su nube intentando habitar el silencio movedizo. Pero sobra el aire -y es tan blanco- que rasga la humedad y te vuelve en desierto una vez más.

Eres tu tierra y eres la fuente que no sacia tu sed. Eres la norma inadvertidamente violada, la música despojada de partituras, el miedo engulléndose de miedo, el cataclismo de saberse indefinible, la temperatura cayendo a grados infernales, la muerte mariposa en primavera, todo el tiempo hinchado en las venas. Eres la voz que grita haciendo espiral el sonido para clavarse en el rostro de otro.
Y nadie se da cuenta. No quieres que se den cuenta. Y tu dorso alado llora en la médula, y esas plumas pulsan tanto, pulsan tanto que andas con la columna desviada. Tus pasos te hunden en el cielo, poco a poco. Y el viento quemado te sepulta con la misericordia que no tiene ningún asesino         mártir         o dios.                   
  

sábado, 16 de abril de 2011

Galopante

Esto de tener los ojos muertos de hambre,
ojos que sólo muerden sinfonías de noches
destrozándose en un intento
por arrastrar el cielo con la lengua.

La bala ni siquiera me roza aún,
se la traga la distancia,
pero los jamases ya me sangran por lo dedos;
cada gota hace el ruido exacto de la fractura
antes de tocar el suelo.