martes, 28 de junio de 2011

Quemar la luna.

Me había olvidado del placer de convertir
la noche en elefante,
en pájaro de fuego apagado
cuyas cenizas queman todos los colores del silencio
y cuyas alas siembran el olvido en constelaciones lejanas.
Pirotecnia risueña que decanta la melancolía de mi cuerpo.

Porque la luna es mejor cuando arde,
cuando florece roja, espinada entre estrellas:
Rosa,
clavel,
amapola.

El delirio ya no me cabe en los labios,
una serpiente en llamas me inunda los ojos
mientras el viento escupe mariposas que cantan
en mis voces perdidas, para recordarme
que no es el tiempo quien escribe mi epitafio,
sino el miedo al que le temo tanto.

La noche es roja como mi cuerpo de alquimia
y como mi cuerpo fumífero e ingrávido,
la noche se extiende sobre el desierto.
Rozan mis pies hialinos sobre la arena
atestada de sueños muertos,
mientras atrapo mis murmullos con la lengua,
mientras aplaudo con la tinta entre los dedos.
Porque hablo en los colores de la aurora
y escribo palpando entre insomnios la eternidad.

La noche es roja y no hay por qué tener miedo.

miércoles, 22 de junio de 2011

Se me desmorona el cuerpo con el roce de las sábanas. Levanto los brazos para mirar mis dedos alargarse en un intento último por cortar la luz con su sombra. Pero es tanto el dolor empujando detrás de los ojos, que mis córneas no pueden sostenerse y cae toda su gracia convexa hacia el abismo de la invidencia. Todas las lunas comienzan a apagarse. Siento los últimos rayos clavarse en mi carne de manzana como alfileres cargados de veneno dulce. Las últimas voces de aurora oxidándose sobre la piel. 

Se me desintegra el cuerpo con el peso abrasivo de mi propio sudor. Corre el frío entre las piernas, en medio del pecho, bajo las uñas. Queman la ausencia y el miedo como reptiles caminando desde la nariz hacia la garganta. El terrible quebranto de las entrañas y el eco sollozante de estos huesos me revelan lo insostenible del mundo que me he creado; me llenan la noche de un rumor luminoso y triste. Escucho todo esto, pero no me encuentro. El silbido de mi voz en el verano es apenas un sonido de navajas que juegan a dibujar cicatrices en mi tímpano.

Me llenan de espejos para ver esas flores rotas, esas cenizas de aroma que no son yo. No pueden ser yo estos retazos de mujer, de niña enmudecida por la lumbre. No soy yo, porque no llené abril con mis cerezos y mi perfume no será el ciruelo en invierno. No soy yo ésta entre las pinzas, sobre la luz, bajo la lupa. No soy yo la que despierta rodeada de miembros inhumanos que perforan hasta el grito más indescifrable. No soy yo este toro estocado, el pájaro mordido por los dientes del viento. No lo soy, porque jugar con muñecas no me hace feliz, ni pintarme de payaso me regala una sonrisa. 

No soy yo. Entiéndanlo 

Es mi muerte.

jueves, 16 de junio de 2011

La muerte me dio...

Qué hacer cuando te siembran la muerte bajo la piel
y te brota en el sexo como flores que huelen a tu nombre.

Absolutamente nada...

Me habitan sombras la garganta.
Y estoy majareta, ya sin humo en la azotea,
con las ideas más claramente rebuscadas.
Pero cómo lo siento.

No me sueltes, porque está el miedo
y un sinfín de mariposas bebiendo entre mis piernas,
devorándome el vientre.

Envuélveme entre tus dedos como si nadie lo notara,
antes de que me escurra a borbotones por las líneas
de tus manos, enfilándome hacia un abismo mudo.

Deja que tú seas el único vértigo,
el eco,
el silencio;
la sangre poblada de incertidumbre.
Que tú seas la tormenta,
el traspié;
los fantasmas surcándome las vértebras.
Deja que tú seas...

Porque está el miedo
con todas sus muertes plurimorfas
aunque invariablemente borrachas;
y sin embargo nos muevo.

miércoles, 8 de junio de 2011

Yo ya no me extraño

Duele la piel cuando, cada noche, se dibuja sola, como apurada por la cara afilada de la luna o por las lenguas bandidas del viento.

Siento frío de no saberme en este perfume metamórfico, de no ser hasta que llega el golpe del cristal
o el espasmo de conciencia.
Mientras tanto imagino ser mi propio encuentro casual frente al espejo. Nunca haber existido en mí, desvirgarme los ojos, las neuronas. Implosiones tremebundas, palabras perforadas por mi lengua inexperta; las manos cantándome juegos, sexo y lágrimas de ésta que no soy.

Vivo en la causa y el efecto, en la circularidad del tiempo, en la esencia flotante de todas las cosas.
Alma noctámbula dispuesta a fracturarse el cuerpo letra por letra; a sembrarse vidrios en los pies
para no echar raíces en la arena.

Me de-le-tre-o desde la sangre.

He dejado muchas argelias en el camino. A veces siento saudades, a veces no llego a extrañarme;
el silencio siempre suena diferente.

sábado, 4 de junio de 2011

La pura inconstancia





Aún no recuerdo cómo fue que caí de mi cuna,
de esos brazos de luna reflejando el calor de un vientre.
Aún no vislumbro aquel momento en que descubrí
el cuerpo de una mujer desnuda bajo mi ropa
vagando sola por un desierto de fantasmas.

Es cierto, no lo recuerdo porque poco me importó;
me creí pluma, llamarada o anémona
mecida por una corriente que nunca pude palpar a poro abierto
y terminó atropellándome la lengua.

Ahora me miro las manos trituradas de ausencia y lloro,
lloro como para llenar de océano toda esta arena
aunque el viento insista en quemar los sollozos.

El silencio es una brasa torturando la noche de mis recuerdos,
una gota derramando el caudal de mis venas.
Por eso no puedo escuchar el crujido de mis huesos disueltos
en no sé qué terrible mentira, en no sé qué invisible tropiezo.

Y no hay ningún refugio que me resguarde del cielo,
de las estrellas explotando sobre mis sienes
como luciérnagas apretujadas en la garganta.
No hay resguardo para mi cuerpo fracturado en suspiros.
Porque el miedo –lo acepto- es tan grande que me vuelve
más espesa que el tiempo, suspendiéndome en el vacío
como una funámbula derribada por su propia inconstancia.

Brazos amoratados en intentos fallidos de atrapar una certeza.
Cicatrices negruzcas, azules, que sólo el miedo me puede regalar
mientras camino trémula sobre la vida.
Todo para convertirme en un circo de botellas quebradas.
Entonces ¿el miedo para qué?

Yo seguiré jugando en la cuerda floja de mi abandonismo.