Me había olvidado del placer de convertir
la noche en elefante,
en pájaro de fuego apagado
cuyas cenizas queman todos los colores del silencio
y cuyas alas siembran el olvido en constelaciones lejanas.
Pirotecnia risueña que decanta la melancolía de mi cuerpo.
Porque la luna es mejor cuando arde,
cuando florece roja, espinada entre estrellas:
Rosa,
clavel,
amapola.
amapola.
El delirio ya no me cabe en los labios,
una serpiente en llamas me inunda los ojos
mientras el viento escupe mariposas que cantan
en mis voces perdidas, para recordarme
que no es el tiempo quien escribe mi epitafio,
sino el miedo al que le temo tanto.
La noche es roja como mi cuerpo de alquimia
y como mi cuerpo fumífero e ingrávido,
la noche se extiende sobre el desierto.
Rozan mis pies hialinos sobre la arena
atestada de sueños muertos,
mientras atrapo mis murmullos con la lengua,
mientras aplaudo con la tinta entre los dedos.
Porque hablo en los colores de la aurora
y escribo palpando entre insomnios la eternidad.
La noche es roja y no hay por qué tener miedo.