Se me desmorona el cuerpo con el roce de las sábanas. Levanto los brazos para mirar mis dedos alargarse en un intento último por cortar la luz con su sombra. Pero es tanto el dolor empujando detrás de los ojos, que mis córneas no pueden sostenerse y cae toda su gracia convexa hacia el abismo de la invidencia. Todas las lunas comienzan a apagarse. Siento los últimos rayos clavarse en mi carne de manzana como alfileres cargados de veneno dulce. Las últimas voces de aurora oxidándose sobre la piel.
Se me desintegra el cuerpo con el peso abrasivo de mi propio sudor. Corre el frío entre las piernas, en medio del pecho, bajo las uñas. Queman la ausencia y el miedo como reptiles caminando desde la nariz hacia la garganta. El terrible quebranto de las entrañas y el eco sollozante de estos huesos me revelan lo insostenible del mundo que me he creado; me llenan la noche de un rumor luminoso y triste. Escucho todo esto, pero no me encuentro. El silbido de mi voz en el verano es apenas un sonido de navajas que juegan a dibujar cicatrices en mi tímpano.
Me llenan de espejos para ver esas flores rotas, esas cenizas de aroma que no son yo. No pueden ser yo estos retazos de mujer, de niña enmudecida por la lumbre. No soy yo, porque no llené abril con mis cerezos y mi perfume no será el ciruelo en invierno. No soy yo ésta entre las pinzas, sobre la luz, bajo la lupa. No soy yo la que despierta rodeada de miembros inhumanos que perforan hasta el grito más indescifrable. No soy yo este toro estocado, el pájaro mordido por los dientes del viento. No lo soy, porque jugar con muñecas no me hace feliz, ni pintarme de payaso me regala una sonrisa.
No soy yo. Entiéndanlo
Es mi muerte.
1 comentario:
Cada vez me encantan más las imágenes que evocas :D doy tu flans ja ja ja ja
Un beso guapa!!
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