Ya antes algo me habitaba; mujer de fantasmas cotidianos,
de neurosis sangrando por los dedos.
Mujer habitada por los golpes de la ausencia.
Así aprendí a vivir con las costillas para no perder el cuerpo
amenazado por el viento fundido,
por la arena sin mar.
Aprendí a vivir con los huesos vueltos fuego porque no es verdad
que la luna me cubra del desierto.
Noche, fuego y ausencia.
Sin darme cuenta, tu sombra caminó por el surco de mi espina dorsal,
hacia abajo;
adentro.
Tu nombre goteando por mi vientre en un exorcismo con más silencios
que palabras; con más gemidos.
Ese nombre líquido inacabable, tempestad de seis letras
y toda su ira desprendiendo el miedo.
Demonio, tienes la tinta en los dientes, las letras derramadas por los ojos.
Y mi piel es la hoja en blanco
exacta para ser arrancada de un mordisco,
para ser escrita con las pestañas.
Mis brazos como nubes impregnadas te sostienen;
te sostienen mi cuello, mi clavícula;
mis senos maculados te sostienen
palpitando como un reloj contra el olvido.
En silencio te deletreo con los dedos mojados,
los de la mano izquierda
para que te sientas en casa.