El vacío está rodeado
por una constelación de lunares;
tenue brecha que rozo con la punta
de mi silencio.
Porque las palabras sienten frío
al apartarse de la ausencia
para entrar con ojos encendidos
a este abismo de carne.
Un remolino me palpita
en las manos.
Aprieto las muñecas, anclando
el vértigo de mi piel en tu piel.
Y corro distancias desiertas
con el cadáver del miedo en la garganta,
con el rumor desconcertado de tus pulmones
sobre mi sien;
con la esperanza de no ahogar los párpados
en ese mar de cuerdas plateadas
que todavía huele a tu sombra
y retumba como tu silueta enredada entre mis dedos.
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